La estanflación -calco del inglés «stagflation», palabra compuesta a partir de «stagnation» (estancamiento) e «inflation» (inflación) indica el momento o coyuntura económica en que, dentro de una situación inflacionaria, se produce un estancamiento de la economía y el ritmo de la inflación no cede. Según ciertos observatorios económicos, ese es ya el cuadro que presenta España, uno de los más difíciles de encarar.
Estanflación es un término que fue acuñado en 1965 por el entonces ministro de Finanzas británico, Ian McLeod, quien, en un discurso ante el Parlamento formuló la siguiente definición: «Es la situación económica que indica la simultaneidad del alza de precios, el aumento del desempleo y el estancamiento económico, entrando en una crisis o incluso recesión».
España no está técnicamente en recesión, situación que requiere encadenar dos trimestre consecutivos de crecimiento negativo, pero sí se encuentra la borde del «crecimiento cero», según el cálculo semioficial que ayer anticipó el Banco de España y que por lo general coincide con el oficial del Instituto Nacional de Estadística. Con la inflación por encima del 5 por ciento y por ahora sin remitir, el diagnóstico se aproxima a la «estanflación», considerado uno de los peores escenarios económicos posibles por la dificultad de su manejo y corrección. Las políticas monetarias y fiscales que suelen utilizarse para dinamizar una economía recesiva empeoran el componente inflacionario de la estanflación y las políticas monetarias restrictivas que se utilizan para combatir la inflación tienden a profundizar y ampliar su componente recesivo.
La estanflación distorsiona completamente los mercados y coloca a los gobiernos y a sus bancos centrales en una posición muy delicada. En la estanflación la recesión suele ser parcial, registrándose simultáneamente el decrecimiento de algunos sectores, como la producción de bienes, junto al crecimiento de otros sectores, como la producción de servicios. Si se trata de una economía relativamente abierta y la inflación viene acompañada de un proceso de devaluación, puede registrarse una contracción de las actividades que consumen divisas y una expansión de las que generan divisas. Esto representa un desafío enorme para las autoridades pues reciben señales mixtas y contradictorias sobre la economía que hacen muy difícil decidir qué políticas aplicar, en qué secuencia y en qué momento tomarlas. «Es lo peor de los dos mundos», dicen muchos economistas.
Aunque las recesiones pueden tener causas internas o externas, la estanflación siempre es de origen interno, «la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario» y quienes manejan las monedas soberanas son las autoridades monetarias de cada espacio. En el caso español, como ocurre para toda la zona euro, esa autoridad monetaria no es nacional, sino el Banco Central Europeo (BCE), cuyo mandato primigenio es luchar contra la inflación. La política monetaria está fuera del alcance del Gobierno. La otra herramienta básica de política económica, la fiscal, también está limitada por las obligaciones comunitarias de estabilidad presupuestaria.
En cualquier caso, la estanflación se convierte en un dilema para las autoridades que sí manejan los flujos monetarios, que debe elegir entre las medidas normalmente usadas para incrementar el crecimiento económico y aumentar, por tanto, una inflación o políticas para luchar contra la inflación que reducen la actividad en una economía en situación de paro. Un ejemplo diáfano: la estrategia de reducción de los tipos de interés está generalmente indicada para reanimar el consumo y la inversión y, por tanto, puede contribuir a superar el estancamiento económico, pero a la vez repotencia las tensiones inflacionistas. Otro caso: subir los tipos, como ha venido haciendo desde 2005 el BCE, puede contribuir a contener la inflación, pero coarta la expansión del crecimiento.