Como ustedes saben, a las noticias de los diarios les sucede lo que al pescado: comienzan a oler cuando tienen más de 48 horas. Imaginen cómo apestaba El País del domingo cuando lo compré el martes, sin suplemento y por casi cinco dólares (4.75), en un kiosko del Village. El hedor se convirtió en insoportable cuando comencé a leerlo en un Starbucks del Soho mientras miraba de reojo a una chica que, a pocos metros de mi mesa, actualizaba la portada del New York Times en su portátil. A su lado, un ejecutivo hacía lo propio desde su iPod. La red wi-fi de la cafetería, de todo Nueva York, es fantástica. Mucho mejor que la de distribución de prensa.
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