En la tarde del 3 de febrero de 2022 me encontraba corriendo y oyendo música cerca del Río Nora (cosa que, no hace tanto, era casi ciencia ficción). Una notificación interrumpió la música: un compañero de trabajo envió un comentario sobre la votación de la reforma laboral que estaba teniendo lugar en el Congreso. Y, cuando saltaron las dos sorprendentes noticias, primero el transfuguismo de dos diputados y luego el error de otro, ante esto último yo dije: “Recurriendo al fallo informático en 3, 2, 1…”
Efectivamente: entre las cosas que se dijeron en aquellos momentos, y aún horas después, se habló del consabido error informático. La mejor coartada, la que se sigue usando por más que una y otra vez se termine desmontando. A nadie se le ocurriría, para enmendar una declaración pública equivocada, escudarse en “un error de vídeo” o cosa igualmente delirante, culpando de lo que uno hace a la herramienta que utiliza.
La Informática, sorprendentemente y por más que creamos lo contrario, sigue siendo desconocida. La sociedad sigue sin saber muy bien lo que es, y sigue sin saber para qué sirve un ingeniero en Informática. Y, como para mucha gente sigue siendo magia (y, no nos equivoquemos, lo sigue siendo para los nativos digitales), la Informática sigue siendo la excusa para todo. Instintivamente, “si yo no entiendo lo que pasa allí dentro, pues entonces casi nadie lo entiende, y puedo decir que ha pasado cualquier cosa, y prácticamente nadie podrá contradecirme”.
La sociedad sigue sin saber que los ingenieros en Informática, son, por poner solo un ejemplo, los únicos profesionales formados y entrenados específicamente en técnicas para entender el lenguaje y los problemas de cualquier persona de cualquier ámbito (ya sea medicina, derecho, artes, aeronáutica o gestión deportiva). Y, de la misma forma, la sociedad sigue sin saber que normalmente se puede comprobar si ha habido o no un error informático. Más aún; sigue sin saber que un “error informático” puede estar causado por un defecto físico en un componente, o un error humano en la programación, o un mal control de calidad, o una coordinación deficiente entre dos equipos, o una insuficiente definición de lo que se quería hacer. Todo esto son cosas muy distintas y con responsables muy diversos. Pero una acción mal realizada por alguien que, casualmente, usa un ordenador… no es un error informático.
Mientras la sociedad sigue sin entenderlo, el mundo avanza y no espera. Y en tiempos recientes hemos visto que esos sistemas informáticos que últimamente se vienen denominando IA han alcanzado, por una mezcla de desarrollo acumulado de software y de mejora en la potencia de cálculo, capacidades que abren la puerta a un mundo nuevo. Hoy, las IA parecen capaces de generar textos, imágenes, música o programas; y esto tiene visos de haber alcanzado un punto crítico en el que cada mejora se sustenta en la anterior y se queman etapas en cuestión de pocos meses. En particular, parece que veremos cómo se hace realidad una vieja aspiración: muchas tareas de programación pueden pasar a ser efectuadas por máquinas.
¿Qué va a ocurrir entonces con el error informático si realmente se produce? Los algoritmos en los que se basa la llamada IA son, en gran medida, “ciegos”; consiguen funcionar mediante puro entrenamiento masivo, pero no hay ningún motivo o cadena de razonamiento detrás de lo que hacen. Si una IA escribe un programa, y este llega a utilizarse, ¿quién será responsable de los fallos que pueda contener? ¿El programador de los ejemplos con los que la IA aprendió? ¿El fabricante del motor de IA que generó el resultado? ¿La persona que decidió utilizar ese programa? Si hoy en día la responsabilidad está muchas veces diluida, si los contratos de licencia del software rehúsan explícitamente hacerse cargo de defectos en los programas, y si existe aún una vergonzosa falta de regulación y atribuciones profesionales en el terreno de la Informática, me pregunto cuál será el panorama cuando el software se genere a partir de prompts por parte de usuarios finales. Creo que queda mucho por reflexionar y regular al respecto, y que la sociedad no puede permitirse ignorar por más tiempo el papel que la ingeniería informática tiene y el que debe tener. Vamos con treinta o cuarenta años de retraso.
Y ni el mundo ni los desarrolladores de IA van a esperar.
Agustín Cernuda del Río